domingo, diciembre 30, 2012

A Favor del Trabajo Infantil. (Primera parte.)

La banda mexicana de rock, La Lupita, tiene una canción titulada "Hay que Pegarle a la Mujer", cuyo efecto al escuchar por primera vez el coro (o simplemente el título) es el de escandalizar e indignar a todos los "castos" oídos así como a las mentes "sanas" en medio de ellos. Sin embargo, bastan unos segundos de paciencia (y unos gramos de buen gusto musical) para salir del error de apreciación y descubrir que la propuesta en realidad es que a las mujeres "hay que pegarles con la fuerza del amor" y, muy importante, "hay que pegarles en el mero corazón". Pues bien, algo similar quizá pudiera ocurrir con este post.

En primer lugar y para ir aclarando las cosas, no se lea Trabajo Infantil y se entienda Explotación, Abuso o Maltrato Infantil, que es lo que comúnmente se hace. Cualquier dificultad para efectuar esta disociación de ideas es señal de entumecimiento semántico-cognitivo; es decir, que se discrimina, o definitivamente se anula, la pluralidad de significados de una palabra en favor de uno solo, rígidamente asociado a ella y considerado como El significado de la misma, lo cual conlleva una mórbida estrechez en la comprensión del entorno. [Aquí entre nos, el fanatismo es, entre otras miserias, una práctica sistemática y autorreforzada de este proceso, aplicado a un miembro específico o porción bien delimitada del entorno.]

En segundo lugar y aun si no se ha conseguido exorcizar del todo las connotaciones negativas, habría que reconocer que toda actividad escolar exigida a, y desempeñada por cualquier infante, no es otra cosa que trabajo infantil. Habría que reconocerlo, pero sé que para ello hará falta un nada inocente cambio semántico.

Normalmente, a la idea de trabajo se asocian las imágenes, no sólo de esfuerzo sino además, de obligatoriedad, dificultad, pesadumbre, sacrificio y hasta castigo. La célebre figura bíblica de ganarse el pan con el sudor de la frente, en el contexto del castigo divino, simboliza de manera nítida esa desafortunada sensación de que el trabajo es un mal necesario. Quitarle lo de «mal» y conservar sólo el «necesario» implicaría un radical cambio cultural; si tan solo hubiera una app para ello.

Concediendo el cambio (aunque sea sólo semántico y no aún cultural), el énfasis en el concepto de trabajo recaería en lo necesario de éste. Un esfuerzo necesario que, como todo lo que es necesario, lo es para algo. De otro modo no tendría sentido. Y hay que admitirlo, ese algo para lo que es necesario esforzarse siempre va a estar allí, por ende siempre habrá trabajo que hacer. Para un niño, la escuela no es su "trabajo" (así, entrecomillado) sino que en verdad es su trabajo. Pero entonces, ¿cuál es su propósito?, es decir, ¿qué necesidad cubre la escuela?

En otro lugar ya se habló de las expectativas de la sociedad acerca del Sistema Educativo y cómo éste las incumple. Lo que aquí pretendo agregar es que incluso desde las mismas expectativas ya se percibe una evasión de la realidad. ¿En qué sentido la escuela comienza a preparar al niño para su futuro? Mi opinión es que básicamente lo mantiene ocupado, sin que necesariamente esto lo capacite para su inserción y desarrollo en la sociedad, ¡ni siquiera en su presente! Ya ni hablar de su porvenir.

Lo que todos necesitamos, desde la infancia, es trabajar. Aprender que el trabajo no sólo es El medio apropiado y justo para llegar a donde se anhela, para obtener lo que se quiere y para ser quien se desea sino que además es estimulante. Por supuesto, la mejor forma de aprender a hacer algo es... ¡haciéndolo!

lunes, julio 30, 2012

Life as a Sitcom.


Soy muy fan de F•R•I•E•N•D•S

Pero cuando digo fan, no me refiero a ese individuo que tapiza paredes con fotografías, que lleva un registro de la biografía de cada personaje, que se viste y se peina como alguno de ellos, de esos que en las estaciones de radio les gusta llamar "fan-de-a-de-veras", refiriéndose a idólatras que se han dejado enajenar por una banda o "artista", y para quienes diseñan trivias imposibles de contestar. Al decir que soy fan me refiero a que disfruté muchísimo la serie durante sus transmisiones originales y la sigo disfrutando en sus inagotables reruns. No es cuestión de que me canse o no de ver los episodios, sino que los disfruto como se disfrutan esas conversaciones con personas entrañables en las que todos se la pasan diciendo "¿y te acuerdas cuando... ?"

Hace tiempo compartí con mi novia una epifanía. "Nos veo en el futuro" le decía "como Paul y Jamie, de Mad About You", otra serie que me gusta, aunque no tanto como FRIENDS. Ella se mostró desconcertada. "Pero ellos son más como cuates, ¿no?" me contestó. Objetó que esa relación ficticia reflejaba más la comodidad de dos personas que cohabitan en un matrimonio que el amor apasionado de quienes se adoran independientemente de su estado civil. Aquella ocasión me reservé en la intimidad del pensamiento la idea de que ella estaba siendo ingenua al aspirar a un apasionamiento incesante e inagotable. Mi razonamiento era el siguiente: love is in the making, el hacer es movimiento (a veces de la voluntad, a veces de exigencia de las circunstancias) y no existe el movimiento perpetuo; al menos no el mismo tipo de movimiento entre los mismos agentes, y así como la energía, todo lo demás se transforma y la manera de vivir el amor no es la excepción. Por eso es que, a lo que yo aspiraba era a una relación dulce sin ser empalagosa, con sus momentos de ardiente deseo pero cálida la mayor parte del tiempo, apacible en términos generales sabiendo que inevitablemente estaría salpicada de ups and downs.

Las sitcoms están hechas en ese tono. Están llenas de personajes cuyas historias giran en torno a un eje de tranquilidad, de pertenencia, de felicidad diría yo. Independientemente de que les vaya mal a cada rato, tienen un cónyuge que l@s conoce y l@s ama o l@s tolera, un cómplice con quien pueden contar o desahogarse, un grupo de amig@s más o menos solidari@s, hij@s que por muchos dolores de cabeza que les causen vale la pena (intentar al menos) criar, educar, y hasta querer. Aun si carecieran de todo esto, los personajes de cualquier sitcom tienen por lo menos un leitmotiv que, si bien para uno como espectador justifica su aparición en la serie, de algún modo también le da al personaje mismo un sentido a su existencia.

Yo creo firmemente, que eso es lo que tiene un@ que buscar en la vida: ese cast de coprotagonistas, que no necesariamente actuarán todos ni todo el tiempo a favor de un@, de sus intenciones, expectativas ni deseos, pero que por muchas razones habrán de ejercer influencia en un@ con su interacción; eso y el dichoso leitmotiv. ¿Que qué cosa puede ser? Cualquiera. Cada un@ andamos rondando por aquí, operando de cierto modo en el mundo. Y podemos ser o no conscientes de ese modus operandi que nos caracteriza, pero eso da igual, el caso es que éste se despliega en su proceso y tal como deja huella, marca la dirección en la que vamos; lo cual no es más que paráfrasis de las palabras de Unamuno: se hace camino al andar.

Siendo un aleatoricista de hueso colorado, subestimo la majestad, la magnificencia, la grandiosidad, la excelsitud y el virtuosismo del individuo; por ello es que lo que expongo aquí, aunque pudiera parecer una apología de la mediocridad es más bien un llamado a la sensatez. Una convocatoria al reconocimiento de lo que ha de procurarse un@ en la vida. No todos sentimos el llamado para hacer algo por la comunidad, o por el país, o por el planeta. Tampoco poseemos las mismas capacidades ni cultivamos los mismos intereses. La "filosofía" de "está bien si quieres ser zapatero, pero sé el mejor zapatero" (o ya matizada, "sé el mejor zapatero que puedas ser"), salvo para algunos, es una ridícula ilusión. Como slogan está bien. Y no tengo nada en contra de la superación personal, mientras se tome como medio y no como fin. Seamos fans de lo que nos rodea en la vida, en lugar de desvivirnos por una fijación (sea en una cosa o en una persona). A lo que debemos aspirar es a una buena compañía y a un sentido en la vida. Easier said than done, but still.

martes, mayo 22, 2012

Sistema Educativo, el gran incomprendido. Y por qué debemos abandonarlo.

Infografía del sitio Animal Político con base en encuesta por Caleidoscopio Electoral.

El periodista Ricardo Alemán en su blog La Otra Opinión, pregunta "La Educación en México... ¿Está bien?" y se asombra por los resultados de una encuesta efectuada por Caleidoscopio Electoral en la que se observa que la tercera parte de los padres cuyos hijos estudian (no se especifica en qué nivel) no perciben que haya motivos para estar insatisfechos con la educación de los mismos. Al final del post, el Sr. Alemán se pregunta "¿Qué está pasando? ¿Qué verán los padres de familia que no reflejan los estudios internacionales y el sentido común? ¿Será acaso que más de la mitad de los padres de familia están conformes con que sus hijos reciban una educación mediocre y muy por debajo de las necesidades?"

En mi opinión hay dos razones, un tanto entrelazadas, que explicarían tal situación contra-intuitiva. La primera es que otros fenómenos sociales acaparan casi toda la atención: inseguridad, pérdida de poder adquisitivo, desempleo, impunidad, etc. Todos estos componentes de la realidad, que se palpan directamente o a través de los medios de comunicación, relegan a un muy lejano segundo plano asuntos como la armonía de las relaciones familiares, la importancia de la autorrealización a través del empeño en un trabajo digno y, por supuesto, la calidad e importancia de la Educación.

La otra razón, que como decía se traslapa un poco con la anterior, es algo que quizá suene escandalosamente absurdo. Hace unos días, hablando justamente de la crisis del Sistema Educativo con mi hermano mayor, le preguntaba "¿cuál crees que sea el giro real de las escuelas?", refiriéndome a la enseñanza básica (primaria y secundaria). Mi controversial postura es que, vistas como negocio, el giro de las escuelas primarias y secundarias es el de guarderías. La razón primordial por la que los padres inscriben a sus hijos en la escuela es una amalgama de tradición/necesidad, la necesidad de que alguien se ocupe de ellos algunas horas al día.

Como pieza del sistema económico, la escuela cumple con la función de desembarazar a los padres del cuidado de los hijos el tiempo necesario para que éstos se entreguen a sus labores productivas. Lo propiamente educativo, es sólo un valor agregado a esta función central de la escuela. Sólo la enseñanza de ciertas habilidades cognitivas básicas, por ser imprescindibles para el desarrollo académico ulterior, puede considerarse como una función toral que la escuela desempeña. No obstante lo hace, como dijimos en un post anterior, con ominosa deficiencia. Dejarse escandalizar por esta afirmación sería sintomático de la confusión entre lo que se quiere ver en el Sistema Educativo, lo que se espera de él, y lo que en realidad es, en lo que se ha convertido.

Por supuesto, el deseo de todo padre y madre de familia es que sus hijos reciban una educación de calidad, que les aporten los conocimientos, valores y hábitos necesarios para integrarse a su entorno como individuos productivos y autosuficientes. Confían en el Sistema Educativo, en que la misión de éste es congruente con las aspiraciones de ellos. Históricamente han tenido motivos para brindar esa confianza, su propia experiencia parece reforzarla. Sin embargo, ¡no tienen contra qué contrastarla! Pues sería incorrecto compararse con aquellos sectores desfavorecidos que no han recibido ningún tipo de educación planificada y estructurada.

Lo correcto sería comparar el Sistema Educativo oficial y vigente con algún otro método, sistema o institución. ¡Pero no los hay! A lo más que los padres de familia pueden acceder es a la comparación entre escuelas, todas ellas insertas en el mismo Sistema Educativo, participando de él, propugnándolo, perpetuándolo. Pero si algo nos dicen los índices publicados por la OCDE, es que la diferencia entre la mejor y la peor de las escuelas en México, no es realmente significativa. La diferencia se da, ante todo, en las competencias sociales. La diferencia la hace el entorno, todo aquello alrededor de lo académico: las jerarquías de valores morales con que opera y que difunde la escuela (y que pueden no coincidir), la eficacia con que fomenta atributos como seguridad, respeto y auto-imagen positiva en el alumnado, el tipo de relaciones sociales que propicia y, finalmente, la visión que promueve del mundo. Todos ellos, aspectos propios de un sistema formativo pero que además coinciden en no estar contemplados por nuestro Sistema Educativo.

Así que, dejemos de pensar en la escuela como el lugar donde los hijos aprenden las competencias intelectuales necesarias para su desarrollo laboral y entendamos de una vez que es, más bien, el lugar donde se edifica el ser interior y el ser social. Si lo entendemos así, fácilmente percibiremos el absurdo de delegar tal formación a un sistema cuyo eje operativo es la "transmisión de conocimientos" (así lo asume) y que, además, ni siquiera satisface dignamente sus propios objetivos. Necesitamos trascender el modelo, debemos desertar de las escuelas.

jueves, mayo 10, 2012

El IVA de la Comprensión: Filtros de Complejidad.

En un post anterior (Sistemas y Complejidad. Dos conceptos para el estudio de la Realidad), hablábamos de la omnipresencia de la reducción de complejidad y hacia el final del mismo se invitaba a considerar sus pros y contras. Justo lo que ahora pretendemos refinar con una reflexión.

En efecto, como se explicaba en aquel post, el sociólogo Niklas Lhumann (de quien hemos tomado los conceptos en cuestión) usaba la expresión "reducción de complejidad" (al menos es la expresión que sus traductores al español han usado sistemáticamente). Sin embargo, nos parece que en particular la palabra "reducción" oculta un rasgo importante del fenómeno. Cuando se da una reducción de complejidad, ¿qué pasó con esa complejidad? ¿Se descomplejizó? No, de ninguna manera. Toda reducción de complejidad hace abstracción de alguna cantidad (¿finita?) de rasgos propios de un sistema.

Pensemos en el estudio científico de la realidad. Ante un fenómeno sobre el cual existe el interés por explicarlo, científicamente se procede a discriminar lo "irrelevante". Lo cual quiere decir que de entrada se aplica algún criterio, basado en cierto marco teórico precedente a la observación misma, para identificar cada elemento en el fenómeno y clasificarlo como relevante o no. El resultado, de ser exitoso el estudio, será un modelo científico, que no es otra cosa que un esquema del fenómeno el cual, por construcción (tal como por definición), es una representación reducida de lo observado. En efecto, fenómeno y modelo no son la misma cosa, ha habido una reducción de complejidad. Tal reducción se ha dado, sí en parte porque lo que para el entendimiento antes era complejo e inasible después se torna simple y (relativamente) fácil de aprehender. Pero no hay que perder de vista que también se ha optado por ignorar la presencia de otros elementos que, independientemente de lo que diga nuestra teoría, también formaban parte del fenómeno. El objetivo aquí no es discutir si tal eliminación es correcta o no, sino hacer hincapié en que es infranqueable, que todo manejo práctico de la complejidad implica esa eliminación en mayor o menor grado.

Es por eso que nos parece justo abandonar la expresión "reducción de complejidad" en favor de otra que refleje ese costo, imposible de evadir, que es la eliminación de algunos elementos propios de aquella realidad compleja. A nuestro parecer, resulta más apropiado hablar de "filtros de complejidad" por cuanto sin importar cuál sea nuestra base de comprensión, ésta conlleva siempre un criterio de selección de los elementos del fenómeno objeto, así como la consecuente eliminación de algunos de esos elementos.

La moraleja que podemos extraer de esta consideración es que:

Todo acto de comprensión es un filtro de complejidad, por lo tanto debemos ser sumamente prudentes al momento de emitir juicios.

Más adelante abundaremos en los detalles delante y detrás de esta perspectiva, que los hay muchos y de gran relevancia.

domingo, mayo 06, 2012

Porque yo a usted lo conozco.

Como irredento fetichista del pensamiento con sentido, experimento una natural repulsión hacia la argumentación ilógica. Nada raro hay en que a partir de una anécdota, por lo demás intrascendente, me apropié de una expresión que ahora uso para referirme a esos desatinados razonamientos que prescinden hasta de la lógica más básica. En parte por el placer de ceder ante los lazos seductores de la curiosidad, pero a la vez, con la ingenua esperanza de que la frase de algún modo se difunda y que entonces quede aquí constancia de su origen para quizá algún día disipar mitos al respecto, he aquí la anécdota.

En los 90's, tras los estragos en la economía nacional mexicana de la década pasada, el transporte público volvió a convertirse en foro de desempleados que recurrían a la benevolencia de los pasajeros, ofreciendo a cambio toda clase de "espectáculos" amateur. Músicos, cantantes, comediantes y payasos sin vocación ni talento interpretando sus actos, algunos con esmero, como deseando dignificar la situación y ganarse la cooperación voluntaria, merecerla. Otros tan solo se limitaban a ejecutar mecánicamente su mal asumido papel, a cuyo término pasaban la mano con la vergüenza disfrazada de orgullo, sin caer en cuenta que su actitud abonaba en contra de su propósito y los insertaba en un círculo vicioso de desmotivación-vergüenza-rechazo.

Fue en este contexto que, una tarde cualquiera, al vagón del metro en que yo viajaba abordaron dos excéntricos personajes. Uno de ellos, el primero en atraer mi atención, y la de todos los pasajeros, cantaba con intencional estridencia alguna composición vernácula que para el día siguiente ya no me era dado recordar cuál había sido. Apenas un par de frases y entonces intervino el otro histrión. Ambos estaban maquillados como payasitos callejeros, poca pintura, descolorida y mal aplicada. "¡Óigame! ¿Qué no sabe que no puede usted cantar aquí!", proseguía el acto. "¿Que no puedo cantar aquí?" preguntaba sorprendido el desafinado payasito urbano. "No señor, usted no puede cantar aquí". Las cabezas de los pasajeros/espectadores viraban de un lado al otro pues nuestros animadores estaban ubicados en extremos opuestos del vagón.

"¿Y por qué no puedo cantar aquí?" Todos volteamos, llenos de curiosidad. ¿Cuál era la razón? ¿Acaso había una ley anti malos cantantes para proteger los oídos de quienes no tienen más remedio que escuchar todos los sonidos en su entorno? O quizá el gremio de pseudoartistas desempleados habría levantado un veto en contra de aquel miembro por razones que pronto serían reveladas. Todos mirábamos expectantes, ávidos por descubrir el motivo. En los ojos de todos los presentes, la misma pregunta: ¿por qué no puede él cantar aquí? "Porque yo a usted lo conozco"... (!) ¿Cómo? ¡¿Cómo?! Evidentemente, quien redactara el guión de aquellos payasitos itinerantes no había reparado en nimiedades como coherencia, lógica y sentido.

Así que, ahí lo tienen. Cada vez que se les presente un falso argumento, una explicación que no explique nada, una razón que no tenga que ver con lo discutido, una causa que no se vincule con el efecto en cuestión, rechácenla acusando: ¡porque yo a usted lo conozco!

Video de un breve "show" en el metro. (México, D.F.)

miércoles, mayo 02, 2012

On author's block

Este es un Infographic realizado por la gente del interesante sitio Copyblogger.


22 Ways to Create Compelling Content - Infographic
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martes, mayo 01, 2012

Algunas deficiencias apremiantes del Sistema Educativo.

¿Qué nos enseñan en la escuela?


  1. A efectuar operaciones.
  2. Una embarrada hipócrita de gramática y ortografía.
  3. Definiciones.
  4. Fechas y nombres (de personajes y lugares) "históricos".
  5. Rudimentos de teorías científicas.
  6. A sentir aversión por la lectura.
  7. A comunicarnos en algún idioma distinto del español.


Abundando de manera crítica en los puntos anteriores.

1. Efectuar operaciones.

En la escuela las matemáticas se reducen a cálculos aritméticos en la primaria, manipulaciones algebraicas y geométricas en la secundaria y a abstracciones físicas en la media superior. De ahí la popular y errónea creencia de que quien es bueno para las matemáticas es bueno para los números.

¿Qué habilidades se desarrollan con un apropiado ejercicio de las matemáticas y que no nos enseñan en las escuelas?

  • Estructuración y orden del pensamiento analítico.
  • Ponderación de la información para identificar los factores cruciales en un problema y discriminar los elementos irrelevantes.
  • Pensamiento lógico-deductivo.
  • Reconocimiento de patrones y generalización de métodos e ideas.
  • Formalidad en el pensamiento.
  • Exigencia de coherencia en la construcción y comunicación de las ideas.
2. Embarrada hipócrita de gramática y ortografía.

Las clases de español, pretendiendo cimentar la lengua que ya usamos para comunicarnos, son sesiones de asimilación forzada de reglas. El objetivo, tácito por considerarse sobreentendido, queda muy alejado de los fines prácticos que reconocemos en el lenguaje: la comunicación. Se privilegia la corrección (gramática y ortográfica) por la corrección misma, sin mostrar qué utilidad o beneficio genera ésta en la vida cotidiana, sin inculcar una cultura de la apropiada expresión en el lenguaje.

Pero más allá de las "minucias" del correcto uso de la palabra, las clases de español no están orientadas hacia la comunicación efectiva, que en última instancia, debería ser el objetivo primordial. Las escuelas deberían combatir el analfabetismo funcional. Partir del "qué quiero decir" y saber cómo decirlo. O, en el caso opuesto, tomar lo dicho y entender lo que se ha querido decir. Y aquí se hace evidente el vínculo entre dos materias que, tradicionalmente, se han concebido como totalmente ajenas: español y matemáticas. En efecto, la claridad de pensamiento que las matemáticas exigen y fomentan, va de la mano con la claridad en la comunicación. Para incrementar la eficacia comunicativa, las ideas y la manera de expresarlas deben ser claras.

En este sentido, la gramática es más importante que la ortografía pues la primera consiste en el uso apropiado del idioma como herramienta para la comunicación, mientras que la segunda se circunscribe a la corrección de la palabra por la palabra misma.

¿Por qué es hipócrita la enseñanza del español en nuestras escuelas? Porque, a pesar de que en toda la experiencia escolar es ineludible el uso del lenguaje, fuera de la sesión reservada a su estudio, no se hace énfasis en el desarrollo de las habilidades lingüísticas. Todos los participantes en la comunicación deberíamos, todo el tiempo, ser críticos de la calidad de ésta.

3. Definiciones.

En las primeras etapas de su desarrollo, el ser humano se enfrenta con la difícil tarea de construir su acervo semántico. Al principio mediante asociación de sonidos arbitrarios con objetos, eventos y personas. Posteriormente se van efectuando asociaciones entre las palabras y así el contenido semántico se va refinando. En la escuela se ejerce un excesivo énfasis en las definiciones. El colmo lo encontramos en aquellos exámenes en que se nos exige la reproducción textual de una definición, sin variaciones, sin permitir el uso de sinónimos. El hecho de privilegiar la definición conlleva, paradójicamente si se quiere, una deficiente comprensión de lo definido.

No basta con fomentar el sano hábito de construir uno mismo su definición, es necesario aprender que tras el establecimiento de una definición hay una serie de posturas y decisiones teóricas que irán heredando sus consecuencias a lo largo de toda discusión o análisis en los que intervenga el concepto definido. Conscientes de esto, deberíamos estar abiertos al ejercicio de la re-definición de nuestros conceptos en función de nuestros hallazgos durante el uso de los mismos. En lugar de aprender a defender a ultranza definiciones ajenas y asimiladas de manera acrítica, deberíamos aprender a evaluar nuestro conocimiento de manera retroactiva.

4. Fechas y nombres (de personajes y lugares) "históricos".

La enseñanza de la historia es mediana y vagamente identificada como deficiente. Se reconoce y se insiste en que está reducida a la memorización (efímera) de personas, eventos, fechas y lugares. Sin embargo no hay consenso, ni mucho menos, acerca de qué es lo que debería reemplazar a esa concepción del estudio de la historia. Acerca de este punto es necesario reflexionar y discutir más a fondo, por lo que en otra oportunidad se le dedicará la atención merecida.

5. Rudimentos de teorías científicas.

Las clases de ciencias, naturales y sociales, se limitan a la revisión de los productos que dichas ciencias han generado. En cierta medida, muy moderada, se procura el entendimiento y manejo de la teoría. Casi nunca se busca poner en práctica el conocimiento científico y los llamados laboratorios de ciencias se parecen demasiado a los programas televisivos de cocina.

Se pasa totalmente por alto el poder del pensamiento científico. Más que divulgar de forma panorámica el estado del avance científico, en las escuelas debería entrenarse a la mente en esta fértil forma de pensar. Fomentar la curiosidad, orientar la observación, incentivar la indagación, nutrir la creatividad, entrenar el pensamiento para que sea riguroso y promover la costumbre de poner a prueba las explicaciones.

6. A sentir aversión por la lectura.

Al igual que con la historia, acerca de la literatura hay una noción difundida del pésimo fomento que se hace de la lectura. En años recientes se ha venido insistiendo en los medios sobre la virtual inexistente costumbre lectora de la población mexicana. Los mexicanos leen, en promedio, uno punto cinco libros al año, se dice.

Si en algo ha fracasado rotundamente el sistema educativo es en este punto. Frente a lo efímero, vertiginoso y, la mayoría de las veces, superficial de los contenidos en televisión, es imprescindible apoyarse en textos si se quiere formar una idea más amplia y acabada de la realidad. Pero al igual que como sucede con la enseñanza del idioma natal, la experiencia de la lectura en la escuela carece de propósito y de vínculo con la vida cotidiana. En lugar de invitar al estudiante a proponer temas o lecturas específicas, se le obliga a leer textos que, independientemente de que pudiera o no disfrutar, los percibe por este simple hecho como coercitivos. Así se garantiza la percepción de la lectura como castigo.

La lectura no es benéfica ni enriquecedora en sí misma sino en función de sus contenidos. En este sentido se contrapone al deporte que, sin importar cuál se elija, rinde frutos a quien lo practica. ¿Por qué entonces si en cuanto al deporte se fomenta su práctica siempre insistiendo en la libertad de elección, no se hace lo mismo con el hábito de la lectura?

7. A comunicarnos en algún idioma distinto del español.

Es irónico y sintomático el que en las escuelas donde se enseña alguna lengua extranjera, ésta se inculque con mejores directrices y con métodos más efectivos que el español. En primer lugar, la carga de reglas gramaticales y ortográficas es sensatamente moderada y, en segundo lugar, la finalidad comunicativa es explícita. ¿Para qué se estudia inglés en la escuela? Para aprender a comunicarse en ese idioma. ¿Y para qué se estudia español?..... En respuesta sólo hay un ominoso silencio.


Este es un análisis preliminar y somero, pero definitivamente crítico, del estado de la educación en México. Como tal, sirve para bosquejar las posturas de este blog así como para ir perfilando sus objetivos. En este foro se pretende fomentar la discusión acerca de las necesidades pedagógicas insatisfechas por nuestro sistema educativo vigente, aspirando a contribuir en la construcción de soluciones eficientes, siempre procurando ser respetuosamente crítico y estar abierto al disenso.

viernes, abril 27, 2012

Sistemas y Complejidad. Dos conceptos para el estudio de la Realidad.

"A menor complejidad, mayor complejidad." Do you know what I mean?

Imagen tomada del sitio: http://www.wong-sir.com
Érase una vez un sociólogo germano que veía sistemas por todos lados. La sociedad es un sistema, tu familia es un pequeño sistema, tú mismo eres un muy peculiar sistema. ¿Lo ves? ¡Ajá! De hecho eres un sistema de sistemas. ¿O es que acaso no está tu cuerpo conformado por sistemas acoplados trabajando en admirable armonía? El aparato circulatorio, el aparato digestivo, el sistema óseo, el sistema nervioso, el sistema inmune, etc. Todos ellos son subsistemas del sistema (mayor) que es el cuerpo humano.

Este sociólogo, de nombre Niklas Luhmann, entendía los sistemas como reductores de complejidad. Por ejemplo, tu cuerpo regula los cambios de temperatura, ¿no es así? Pero también se defiende cuando agentes externos como bacterias y virus lo invaden. Responde al entorno. Y dicho entorno es complejo. ¿Quién puede dar seguimiento al cúmulo de estímulos que ejercen su influencia sobre tu cuerpo? Nadie, y mucho menos prever todas las repercusiones. En cambio tu cuerpo se encarga de mantener una cierta estabilidad interna frente a las constantes variaciones del entorno. A esta capacidad se le denomina homeostasis, cuyas raíces giregas significan "mismo estado".

He allí la reducción de complejidad: por un lado el entorno con sus infinitas variaciones y por el otro, el cuerpo manteniendo la homeostasis (que por definición sólo puede darse dentro de ciertos límites). Sin embargo para que tal reducción de complejidad sea exitosa, la evolución ha desembocado en la construcción de esa compleja red de subsistemas que es tu cuerpo. Como ves, para obtener ese resultado simple que es tu salud se necesita del refinado funcionamiento de mecanismos biológicos de alta complejidad.

¿En qué otros contextos podemos hallar ejemplos de reducción de complejidad a través de un incremento en la complejidad del aparato o proceso simplificador? En mi opinión, prácticamente en todos lados pasa lo mismo. El hombre primitivo poco a poco fue reduciendo la complejidad con que el entorno se le presentaba al entendimiento a través de la invención de dioses caprichosos, responsables de los fenómenos naturales y hasta de su propia suerte. El pensamiento científico también es un reductor de complejidad, uno más eficiente que la antigua mitología. A fin de cuentas, aquellos dioses eran caprichosos y no resultaba nada fácil predecir su estado de ánimo y, en consecuencia, tampoco se podía saber cuál sería su siguiente movimiento. Las explicaciones de la ciencia, en cambio, son más consistentes, muchísimo más confiables y útiles para la predicción. Hay una reducción de la complejidad en el entendimiento de los fenómenos naturales, pero el precio que hay que pagar para ello es la construcción de un sistema mucho más complejo que la mitología.


Una evolución equiparable puede observarse en las leyes y la justicia. El uso de la fuerza bruta como medio para resolver disputas reduce la complejidad de los problemas entre los individuos de una manera muy burda. El recurso a leyes racionales y consensuadas, en cambio, refina las estrategias, es decir, se maneja mejor esa complejidad de la vida en sociedad. Claro que es más fácil soltar golpes que utilizar argumentos y apelar a la razón.


Como he dicho, ejemplos de reducción de complejidad a costa del incremento en la complejidad de los instrumentos reductores, los hay por todas partes. Lo que propongo en este post es el enfoque de análisis de la realidad a través de este par de "instrumentos": sistemas y complejidad. Tomemos cualquier situación que se nos presente y sobre la cual debamos formarnos una opinión o tomar alguna decisión y pongamos en práctica este método. Determinemos cuáles son los sistemas involucrados y entendamos de qué modo se da la reducción de complejidad, reconociendo los pros y contras de tal proceso.